viernes, 19 de marzo de 2010

Enteramente una ficción.


Aquel deseo furioso, aquellos sueños gigantescos. Tal vez, no pudiste adivinar lo que deparaba el futuro. Sentías el viento rencoroso atizar tus cabellos pero el mar lo mirabas con los ojos de la noche y apreciabas cada pequeña cosa que aprendías en esas posibilidades que te concedía tu adhesión a las fantasías más audaces.

No querías absolutamente nada, ser feliz. Quedaba claro. Hallaste incomprensión y soberbia pero no cambiaste las palabras. No cambiaste el rumbo en esa tristeza íntima que es hallarse sola. Cuando presenciaste las ruinas de Palmira dirigiste tu mirada al Desierto pero aquella luz moribunda te impidió detenerte y tu actitud varió, por la pura pereza, por buscar la estabilidad adecuada a los nuevos tiempos, por contar un viento favorable que hinchaba las velas de tu egolatría. Deambulaste, trayéndote contigo el esplendor del crepúsculo. Te admiraste y te admiraron los Poderosos, los reproches a tus imposturas cesaron y tenías a tu lado los complacientes.

Hubo distanciamiento pero encontraste nuevas formas de expresión, otras metáforas en las consignas en las brújulas invisibles. Un veneno se extendió por tu despedazada neutralidad y crecieron las palabras temblorosas. Las penas grises se hicieron perdurables, de teatro en teatro, en la vida misma, se supone que en aquella fascinante obstinación.

La memoria perdida te acompañará en los entierros, junto a tu áurea elegante, y en los sueños de tu tardía plenitud. Has adquirido a través del inasible comercio una impostura intelectual, un cambio de parámetros, un punto de contacto con los infelices, un Destino fatal. El combate se libra entre la nueva verdad y la elocuente osadía, cada cual afirma sin escrúpulos su independencia.

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