Los siguientes tres años al 92 fui sospechando que un virus me tenía infectado, hasta que separé aquel terrible teatrillo de la Realidad. Mi ceguera estaba curada.
Por respeto a la historia, la cuarentena de tosferina se desplegó por un largo periodo de tiempo y mis tendencias eran las propias de un aficionado al fútbol sin más pero con una dosis in crescendo de anti-madridismo, por supuesto, sin odio.
Reconociendo el buen fútbol del equipo pero sin la iconografía madridista, los acontecimientos fluyeron y fui tomando conciencia de mi corazón atlético. Como mi Padre, como mi Hermano. De forma que, la revisión de mis fuentes me ayudaron a reescribir mis valores emotivos.
Hoy se ha jugado la semifinal de la Copa de Europa, Barça-Inter y los alaridos, bocinas y petardos de los madridistas del barrio se han dejado sentir. Yo quería que ganase el Barça y ese alborozo de las calles está ya lejos. Mañana juega el Atléti, la otra semifinal en la Copa de la UEFA contra el Liverpool, todavía recuerdo aquella última final europea de 1986 en Lyon contra el Dynamo Kiev, entonces soviético, y que me dejo triste pero que no pude exteriorizar. Todo será cuestión de 90 minutos para el sueño.
Soy Atlético, no llegaré a ser nunca como esos históricos irreductibles, pero aceptando las condiciones de haber sido un infectado por el virus blanco mi verdad se hace pública y, sin ruidos, me voy a dormir tranquilo con la sensación de haber machacado para siempre cualquier atisbo vikingo...