lunes, 15 de noviembre de 2010

Hijos de los hombres (2006) de Alfonso Cuarón.


Vaya película!!!. Vaya escenario!!!. Londres, año 2027. La Humanidad (los que han sobrevivido a una hecatombe de infertilidad) se enfrenta a un futuro desolador. El Estado del bienestar, la Europa acomodada, ha dado paso al caos absoluto y a la desactivación moral. Aquí nos sacudimos todos los dilemas, un mundo donde las mujeres han perdido la capacidad de procrear y donde la tecnología adquiere el distanciamiento irresoluble frente a los problemas del hombre. Cómo he leído por ahí, "aquí nos vemos cómo actuamos realmente y resulta desconcertante e incomodo reconocernos".
No conocía a Alfonso Cuarón, me ha parecido una especie de Stanley Kubrick del siglo 21. También la música atrae, es intensa, fuerte. (Echad un vistazo a los soundtracks)
La película recrea una atmosfera opresiva, axfisiante. Sólo las Islas Británicas resisten al desorden mundial, eso si... bajo el yugo de un régimen totalitario nazi. La pasividad de los ciudadanos británicos “libres” y la represión brutal de las fuerzas de seguridad, sobretodo hacía la población inmigrante desesperada, nos arrancan el aliento. El personaje protagonista nos lleva a la deriva en su irreversible camino hacía el buque “Tomorrow”, en lo que pudiera ser la recuperación moral de la nueva humanidad pero la violencia y una población desquiciada, en dónde no hay niños, no deparan mucho optimismo. El mal está registrado en todas las bandas y hasta la cámara sale salpicada de sangre de este debate. Las conmociones políticas están activas (Lenin aparece por ahí, en el edificio de inmigrantes rusos), se muestran las tensiones, las soledades, las desesperaciones, todo sin resolver. No nos movemos del asiento.
Película Ma-gis-tral.










Children of Men, conocida en castellano como Niños del hombre o Hijos de los hombres[1] (según el país) es una película británica del director mexicano Alfonso Cuarón estrenada en el año 2006 y basada en la novela The Children of Men de P. D. James.
REPARTO: Clive Owen, Julianne Moore, Charlie Hunnam, Michael Caine, Chiwetel Ejiofor, Peter Mullan, Danny Huston, Claire-Hope Ashitey, Pam Ferris, Oana Pellea.
GUIÓN David Arata, Alfonso Cuaron, Timothy J. Sexton, Hawk Ostby, Mark Fergus (Novela: P.D. James)
MÚSICA John Tavener
FOTOGRAFÍA Emmanuel Lubezki

jueves, 4 de noviembre de 2010

Marcelino Camacho Abad


Mi padre me recordaba que Marcelino Camacho había sido matricero como él. Tenían más cosas en común, eran sorianos y un pretendido romanticismo. Marcelino ha sido un referente de la lucha sindical y de las libertades de este país de la segunda mitad del siglo 20. Pienso que el voto de mi padre en la elecciones generales del 77 fue a parar al PCE, en parte por Marcelino Camacho, después cuando dejo de ser diputado en el 81, mi padre votó al PSOE de Felipe González.
Marcelino era terco en sus reflexiones y argumentos. Tuve la suerte de conocerle en 1993 en Madrid en un local de una Asociación. Me imaginaba a mi padre allí con ese señor de los jerseys de lana, fiel a sus ideales y tan incansable en sus convicciones. Aquello no pudo ser, no se conocieron. Yo entonces era muy joven y me impresionó aquella persona menuda que defendía con tesón lo justo universalmente en las más avanzadas reivindicaciones de naturaleza social. Yo viajaba a Cuba a conocer in situ la Revolución Cubana, él nos aleccionaba a los que ibamos a partir. Yo, que había leído el libro de Román Orozco "Cuba Roja", tenía cierta inquietud por asistir en persona al experimento social de la isla. Las palabras de Marcelino tuvieron en mí un profundo calado, en estricta coherencia con su vida y con mis contradicciones. Marcelino Camacho no tenía reparos en defender la Revolución con la insensatez de los románticos. Aquellas verdades eran inevitables, llenas de optimismo y esperanza, bien pensadas, auténticas. El viaje a Cuba fue inolvidable.
Ayer salí un poco antes de la oficina y estuve en Lope de Vega, la sede de CC.OO. en Madrid, dándole el último adiós y levantando el puño delante de su ataúd. Un click a mis espaldas. Vi a su apenada esposa, feliz de haberle tenido por amante, a los compañeros del sindicato y del Partido, a viejos camaradas como enseñas recordatorias del pasado. Una serie de instantáneas eran evidentes, la intensidad de las emociones, la sensibilidad exacerbada de algunas anónimas personalidades y la voz de mi padre al otro lado del teléfono.