martes, 30 de marzo de 2010

Se cumplen 100 años del nacimiento de Miguel Hernández.


Supe por primera vez de Miguel Hernández no por sus versos escritos sino por Serrat, aquel que cantaba y precedió al poeta (al menos en mi desinformación), y uno sintió, no sé si por vez primera, el vertiginoso hechizo de la palabra limpia, aquellos sueños demasiado cerca del corazón, ya tan lejos del presente.
Que instantes cuando se escapaban aquella legión de versos omnipresentes. Tenían el poder de convencer, la inteligencia y un punto de locura. Estábamos preparados, convertidos a la demanda de la alborozada certeza.
Ayer escuché a Enrique Morente en la Radio, no asociaba el flamenco (en mi ceguera) a Miguel Hernández… ¡menudas versiones!

domingo, 28 de marzo de 2010

El cierre de las Bibliotecas en Madrid.

Me quedo solo. En los últimos diez minutos las sombras evaporan la literatura. Blank en el dormitorio convertida en invisible compañera. En ese carácter hibrido que tiene la noche, he encendido mi ordenador como cuando uno no tiene poder sobre la maquina. Es fácil abrir el Word, dejarte llevar. Escribo, trato de no parecer izquierdista, de no ser influenciable por esas campañas mediáticas. El centro de la pantalla de ordenador me pide que reproduzca esta carta, leída en un diario de Madrid:


Vivo en la calle. Soy indigente, eufemismo de sin techo. Existo en Madrid, porque vivir así, no es vivir. Los días son muy largos, infernales en verano y muy fríos en invierno. Para mí no hay lugares donde pasar el día que no sea la calle.
Por eso las bibliotecas públicas son esenciales, un lugar donde pasar horas leyendo y resguardado del frío.
Pero en las últimas semanas la Biblioteca Central de la Comunidad de Madrid ha cerrado la puerta por reformas, no se sabe cuándo abrirá y si lo hará. La Biblioteca del Conde Duque cierra en unos días y en breve también la de Moncloa-Aravaca. Todas a la vez. No queda ninguna biblioteca en varios distritos a la redonda. ¿Dónde iré entonces? Me gustaría que se pensara, antes de cerrar todas las bibliotecas, tan necesarias, en el daño que nos están haciendo a las personas que las necesitamos tanto.
Pablo Crespo / Madrid

viernes, 19 de marzo de 2010

Enteramente una ficción.


Aquel deseo furioso, aquellos sueños gigantescos. Tal vez, no pudiste adivinar lo que deparaba el futuro. Sentías el viento rencoroso atizar tus cabellos pero el mar lo mirabas con los ojos de la noche y apreciabas cada pequeña cosa que aprendías en esas posibilidades que te concedía tu adhesión a las fantasías más audaces.

No querías absolutamente nada, ser feliz. Quedaba claro. Hallaste incomprensión y soberbia pero no cambiaste las palabras. No cambiaste el rumbo en esa tristeza íntima que es hallarse sola. Cuando presenciaste las ruinas de Palmira dirigiste tu mirada al Desierto pero aquella luz moribunda te impidió detenerte y tu actitud varió, por la pura pereza, por buscar la estabilidad adecuada a los nuevos tiempos, por contar un viento favorable que hinchaba las velas de tu egolatría. Deambulaste, trayéndote contigo el esplendor del crepúsculo. Te admiraste y te admiraron los Poderosos, los reproches a tus imposturas cesaron y tenías a tu lado los complacientes.

Hubo distanciamiento pero encontraste nuevas formas de expresión, otras metáforas en las consignas en las brújulas invisibles. Un veneno se extendió por tu despedazada neutralidad y crecieron las palabras temblorosas. Las penas grises se hicieron perdurables, de teatro en teatro, en la vida misma, se supone que en aquella fascinante obstinación.

La memoria perdida te acompañará en los entierros, junto a tu áurea elegante, y en los sueños de tu tardía plenitud. Has adquirido a través del inasible comercio una impostura intelectual, un cambio de parámetros, un punto de contacto con los infelices, un Destino fatal. El combate se libra entre la nueva verdad y la elocuente osadía, cada cual afirma sin escrúpulos su independencia.