Me quedo solo. En los últimos diez minutos las sombras evaporan la literatura. Blank en el dormitorio convertida en invisible compañera. En ese carácter hibrido que tiene la noche, he encendido mi ordenador como cuando uno no tiene poder sobre la maquina. Es fácil abrir el Word, dejarte llevar. Escribo, trato de no parecer izquierdista, de no ser influenciable por esas campañas mediáticas. El centro de la pantalla de ordenador me pide que reproduzca esta carta, leída en un diario de Madrid:
Vivo en la calle. Soy indigente, eufemismo de sin techo. Existo en Madrid, porque vivir así, no es vivir. Los días son muy largos, infernales en verano y muy fríos en invierno. Para mí no hay lugares donde pasar el día que no sea la calle.
Por eso las bibliotecas públicas son esenciales, un lugar donde pasar horas leyendo y resguardado del frío.
Pero en las últimas semanas la Biblioteca Central de la Comunidad de Madrid ha cerrado la puerta por reformas, no se sabe cuándo abrirá y si lo hará. La Biblioteca del Conde Duque cierra en unos días y en breve también la de Moncloa-Aravaca. Todas a la vez. No queda ninguna biblioteca en varios distritos a la redonda. ¿Dónde iré entonces? Me gustaría que se pensara, antes de cerrar todas las bibliotecas, tan necesarias, en el daño que nos están haciendo a las personas que las necesitamos tanto.
Pablo Crespo / Madrid
domingo, 28 de marzo de 2010
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