jueves, 29 de abril de 2010

Errores y Virtudes de una vida.


El paso del tiempo provoca pérdidas, cambios, muerte y, por otro, nacimiento, triunfo, existencia. Me he encontrado por mucho tiempo y por esas vías indirectas a las que la vida nos engatusa, en ese lado disfrazado porque la historia es así y por unos orígenes que me fueron modulando a aceptar ciertos guiones. Desde hace tiempo aquella ficción desapareció, en el año 95 renuncié a mi equipo de fútbol. Puse fin a la crisis, a la tosferina que Emilio, el tío de mi vecino del Bajo, nos inculcó a los niños: ser del Real Madrid C.F. Era preciso para ello, llevarnos los sábados o los domingos al campo de fútbol, a ver al Castilla o a los partidos que el Madrid jugaba contra el Hércules o el Cádiz y cada temporada, íbamos enganchándonos a la heroína madridista, difícil de detectar. Yo tuve esa mezcla extraña de disfrutar cuando ganábamos y de desear la derrota cuando la mente aprovechaba la ocasión para poner en crisis la orientación burguesa de la hinchada madridista y así, ocurrió que en la final de la Copa del Rey de 1992 con el segundo Gol de Futre, empecé a pensar que en mis venas corría sangre inyectada. Aparte, estaban toda esa serie de niñatos pijos que eran del Madrid con los cuales no me identificaba, o esa otra zona ricachona del Estadio tan de nivel, o esa prepotencia institucional de la era Mendoza. Era difícil pertenecer en ese modelo estilístico.
Los siguientes tres años al 92 fui sospechando que un virus me tenía infectado, hasta que separé aquel terrible teatrillo de la Realidad. Mi ceguera estaba curada.
Por respeto a la historia, la cuarentena de tosferina se desplegó por un largo periodo de tiempo y mis tendencias eran las propias de un aficionado al fútbol sin más pero con una dosis in crescendo de anti-madridismo, por supuesto, sin odio.
Reconociendo el buen fútbol del equipo pero sin la iconografía madridista, los acontecimientos fluyeron y fui tomando conciencia de mi corazón atlético. Como mi Padre, como mi Hermano. De forma que, la revisión de mis fuentes me ayudaron a reescribir mis valores emotivos.
Hoy se ha jugado la semifinal de la Copa de Europa, Barça-Inter y los alaridos, bocinas y petardos de los madridistas del barrio se han dejado sentir. Yo quería que ganase el Barça y ese alborozo de las calles está ya lejos. Mañana juega el Atléti, la otra semifinal en la Copa de la UEFA contra el Liverpool, todavía recuerdo aquella última final europea de 1986 en Lyon contra el Dynamo Kiev, entonces soviético, y que me dejo triste pero que no pude exteriorizar. Todo será cuestión de 90 minutos para el sueño.
Soy Atlético, no llegaré a ser nunca como esos históricos irreductibles, pero aceptando las condiciones de haber sido un infectado por el virus blanco mi verdad se hace pública y, sin ruidos, me voy a dormir tranquilo con la sensación de haber machacado para siempre cualquier atisbo vikingo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario